miércoles, 31 de agosto de 2011

Despertar

El cielo, oscuro. Oscuro como esos días de invierno en que el bosque de los pensamientos parece caer en una infinidad de telarañas. Solitarias las calles, intranquilas las almas que escondidas se ven detrás de la infinidad de postigos que puedo divisar, a pesar del miedo de escapar del lugar en donde me encuentro. Hogar, dulce hogar. En realidad, dulce para nada. No, en estos día no está dulce, ni paciente. Devastado hacia donde mires, pero sin cambiar demasiado sus estructuras. Y aún el cielo está oscuro, y por momentos de de tonos naranjas. Ni siquiera sé cómo llegó hasta acá.
-Creo que tenemos que irnos ahora.- me dijo sin pensar demasiado, pero con tono un poco preocupado. No entendí si la razón era nuestro entorno, o si sólo quería salir de allí. No lo ví venir, no sé cómo demonios apareció acá, solamente lo hizo.-¡Ey! Va en serio. Tenemos que salir.-asentí ante la afirmación de Brendon, que no hacía más que asustarme.- Ahora voy a buscarla.
¿Buscar qué? No entendí nada ni sé qué está pasando. Creo que mi confusión en estos momentos no tiene límite. Me quedé paralizada y en segundo Allison apareció de la misma manera en que Brendon se había presentado. Y justamente detrás de ella, él regresó. ¿Qué? ¿Tan rápido?. Aún sigo en la Luna.
Um... ¿Y quién apareció después? Valerie. Toda tan misteriosamente que me daba miedo y estaba al borde de la locura. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué? OK. Sigamos entonces, porque ésto es patéticamente confuso.
Llegó Brendon con un muy "elegante" vehículo, para las circunstancias en las que nos encontrábamos. Y no estaba solo, pero el resto de las personas son demasiado secundarias para describirlas. Valerie y Allison ingresaron, y entre ellos hablaron de algo. No tengo ni la más mínima idea de qué. Sólo sé que después de eso y muy rápidamente, ambas echaron a correr sobre la calle muy desquiciadamente. Quedé atónita. Demasiado. Se estaba volviendo todo muy raro, pero seguí parada unos segundos.
-¡Ey, vamos a buscarlas ahora!- pudo decir Emily, que ¡oh, sorpresa!, ya no me sorprendía de la forma en que todos parecían mostrarse en escena. No tuve más remedio que ir con ella, muy intranquila, calle arriba, y encontrar a las escapistas. Pero no pudimos conseguir ir más allá de la primera esquina, que en esos momentos parecían ser distancias muy separadas, aunque no lo fuesen. Emily, vio algo, que obviamente yo no, y sólo me empujó a retornar al lugar de donde partimos, sin darme motivos ni explicaciones.
-¡Rápido, rápido!- sólo dijo y confiando en ella, aterrorizada por lo que pudiese ser, corrimos como si fuese una de esas maratones en las que nunca participé.
Cuando llegamos, los acompañantes de Brendon ya no estaban. Habían desaparecido mágicamente, repentinamente, sin saber a dónde fueron, sin que él les diera importancia y sin explicarnos nada, aunque Emily parecía menos impresionada de lo que me encontraba yo. Sin dar señal alguna, nos unimos a él en el vehículo, todo tan vertiginosamente que parecía poco real, no estaba pasando.
Al cerrar la puerta, parecí despertarme.
Mi hogar, dulce hogar.   En realidad, dulce para nada. Me hallé dentro de él, pero ahora no tan sorprendida como en mi primera parte de lo que parecía una fantasía. Mi mamé estaba cerca mío. La cocina estaba intacta, tal y como la recordaba, sin cambios. Pero el ambiente fuera de allí seguía siendo el mismo. Miles de imágenes de mi supuesta "vida pasada" formaban un vértigo en mi cabeza, que trataba de hacer encajar cada pieza del rompecabezas, aunque no pudiese.
Trataba de aferrarme a ella, aunque no sientese siquiera la mitad de lo que mi cuerpo trasmitía. Sus ojos seguían calmos y serenos, sin inquietarse. Pensé en un momento que podía llegar a ser para protegerme, que todo estuviese bien no era una posibilidad, pero aún así trataba de hacer lo mejor. En otro instante, creí que ella no comprendía la situación, estaba ensimismada en su mundo, pero sin desconectarse demasiado de mis sentimientos. Era todo lo que allí podía tener. Quería abrazarla y no soltarla. NO.
Desde el principio todo había sido una locura, y con eso que me transmitía pude al fin tranquilizarme un poco.
Sentí pasos. No de una, ni dos, ni tres personas. Una tropa que marchaban al paso. Algo como militares, Sí, militares. ¿Qué? ¿Militares? Ésto es el siglo XXI, ¿no? No lo sé. No aún un puto calendario, no tengo teléfono, no se me cruzó por la mente pensar en la fecha, ni la hora, ni nada que estuviese relacionado a otra cosa que no fuese el temor que me rodeaba. Varios, varios militares que ingresaron sin permiso alguno al garage de la casa. Mi casa. Esa en donde me crié, y vi la vida pasar en un microsegundo.
La cocina estaba justo al lado del garage, y las persianas no se encontraban lo suficientemente bajas como para no verlos. Tenían armas, vestían de verde. Botas, cascos. ¡Qué mierda hacen acá! No interesa. Sé lo que van a hacer, porque vi que dieron media vuelta, enfrentando la pared. No usurparon dentro de la habitación. Permanecieron afuera.
Sólo tendí a reaccionar huyendo de allí, pero persistiendo dentro. No sé cómo.
-¡Mamá, dale!-grité, sin pensar que podían escucharme y sin interesarme en ello.-¡Vení!-insistí otra vez, mientras que a través de la ventana varios ojos, esos temerosos ojos, se posaron en nosotras. Me escondí detrás de un mueble, tratando de hacer que ella entrara en reacción, pero nada sucedió. Se quedó parada, tal y como se había conservado los últimos minutos, incluso antes de la irrupción.
Temblaba, quería gritar, escapar. No podía salir de allí. Era demasiado tarde. Nada por hacer, ni decir, ni sentir. Nada. Era ese momento que se hacía eterno. Me acurruqué, tapando mis oídos, por no estar preparada para lo que siguiese. Cobarde, cobarde, cobarde. ¿Qué sigue ahora?
¡DESPERTATE YA!, obligué a mi mente a decir y hacer. No quería. HACELO AHORA. ¿Qué?
Estrepitosamente, desperté, tratando de mantener mis ojos abiertos para no caer en esa brutal pesadilla otra vez. No quería. Me exigí para que sucediera, porque tuve la sensación de estar viviéndolo. No podía pensar en otra cosa. No quería. Parecía tan real y fantástico a la vez. No me imaginé otra cosa. NO.
Mi mente me había dejado en un sinfín de laberintos que no podía resolver. Me encontraba allí, perdida entre la niebla, sin entender absolutamente nada. ¿Cómo lo hice? ¿Cómo desperté? ¿Tan aterrorizaba estaba que llegué al punto de lograr lo que quería? Una vez más: despertar.

Inspirado en el siguiente texto: The boy with the green eyes. de Connor Jessup.

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